Afrodita se despertó una mañana, henchida y llena de sí misma... Se acercó despacio hasta su espejo, que la esperaba cada día frente a la inmensa cama inundada de sábanas blancas que apenas tapaban a los dos amantes que habían compartido su lecho la última noche, como tantas otras, y se miró. Movió su cuello lentamente dejando que su cabello rizado descansara sobre su hombro al tiempo que acariciaba su espalda y mostraba su voluptuoso pecho al espejo que esperaba impertérrito, como cada día.
En ese momento Hermés se detuvo frente al balcón del Olimpo, donde Afrodita se observaba, desnuda.
-Tengo un mensaje para ti- dijo, sin apenas mostrar emoción alguna. Su semblante pulcro y definido parecía esculpido por un sinfín de fraguadores y escultores. Su mandíbula destacaba orgullosa frente a la hendidura de su boca, que parecía trazada por una flecha del mejor arquero. Y su mirada era certera, como si viera más allá del viaje que emprendía cada vez.
-¿De quién es? respondió Afodita sin apenas mirarle. Estaba fascinada con la caída de su vientre, liso, reluciente, como si pidiera ser llenado, perfecto multiplicador de vida y al tiempo remedio contra el paso de los años para los mortales.
-De Zeus- respondió Hermés al tiempo que dejaba caer su carta.
-¿Zeus? ¿qué querrá tan pronto?- pensó al tiempo que recogía la carta del suelo, doblando sus rodillas y sintiendo cómo los músculos de sus piernas, larguísimas como un día de Agosto en un desierto, se tensaban lo justo para desafiar a la gravedad del Olimpo. Su mano se acercó despacio hacia la carta estampada con el sello inconfundible del Dios de todos los Dioses. Sus dedos perfectos, proporcionados y finos, abrieron la carta con un movimiento sincronizado propio del control absoluto que mostraba en cada uno de sus actos y comenzó a leerla casi a la vez que se incorporaba...
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PD.- Feliz semana...
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