Cauto, con cuidado... Voy a desentumecer mis dedos y mi espada imaginaria y afilada será escudo por vosotros, al cobijo de la imaginación venid los que esperéis un regalo de Navidad...
Érase una vez, en un viejo barrio de la Gran Ciudad que habitaba una anciana a la que todos conocían porque llevaba más tiempo allí que la ciudad misma. Se decía que había llegado antes de que los fundadores de la ciudad hubieran construido la primera calle y antes incluso de que las calles hubieran sido inventadas. La anciana era tan pobre que los ratones no entraban en su casa porque no había nada que encontrar, excepto una vieja máquina de escribir, y eso para los ratones era demasiado pesado, así que nunca iban a visitarla. Sus manos estaban casi atrofiadas por el contundente paso del tiempo y las arrugas se abrían paso en su cara como acantilados del Cantábrico; pero a pesar de ello sus vivaces ojos azules mostraban una actividad sólo comparable a la de los Antiguos Héroes, solo que estos ojos, a diferencia de los otros, ya casi no mostraban imagen alguna a su dueña.
Una noche de invierno, el timbre de la puerta de la casa de la anciana sonó por primera vez en años; alguien, que como pensó ella misma, sin duda se habría equivocado, llamó tres veces. La anciana apartó su manta y se incorporó con esfuerzo de su butaca, tan lenta que mientras tanto podría haber pasado un tren de mercancías por allí y nadie se hubiera dado cuenta. La anciana llegó hasta la puerta despacísimo, paso a paso, y la abrió apartando el pesado cerrojo de acero que preservaba a un tiempo su seguridad y su intimidad, como si fueran una pareja de amantes eternos. El frío saludó a la anciana nada más abrir, abrazándola y ya de paso, como siempre suele hacer, colándose en la habitación para quedarse un rato aún cuando no ha sido invitado. Pero no había nadie en la puerta, tan sólo una cajita en el suelo que contrastaba con la suciedad de la calle, que estaba atestada de colillas y papelitos de colores de todo tipo. Debía de ser fiesta, pensó la anciana, si no, alguien habría barrido. La anciana comenzó a doblarse como una grúa de un puerto sobre un carguero de África y se pudo escuchar en toda la ciudad cómo los músculos de la espalda se quejaban por la tarea. Pero eso no iba a detenerla, eso no. Así que alargó su brazo y cogió la cajita, reincorporándose a continuación a la misma velocidad a la que se había agachado. Volvió hasta su butaca tras cerrar la puerta igual de lento que había ido, o más incluso, ya que ahora llevaba algo de carga y se sentó haciendo que los muelles sufrieran un contoneo más de los dos o tres que tenían previsto para ese día, y emitieron un sonido hueco y continuado ayudando a la depresión a recordarle a la anciana que tenían casi la misma edad que ella. La anciana abrió la cajita y vió una nota en su interior escrita con letra muy grande.
Cuando la policía entró en la casa, debido a que la anciana llevaba más de cinco meses sin recoger el correo publicitario y eso era sospechoso, encontró que la habitación estaba vacía, y sobre la mesa frente a la butaca la vieja máquina de escribir y una nota al lado de una cajita abierta que decía
¡FELIZ NAVIDAD!, HOY PUEDES HACER REALIDAD CUALQUIER SUEÑO QUE TENGAS, SÓLO TIENES QUE EMPEZAR A QUERERLO. HOY ERES TAN AFORTUNADA COMO TÚ QUIERAS SER. SI PUDIERAS ELEGIR UN MOMENTO DE TU VIDA Y PENSAR QUE HABRÍAS HECHO, Y SI PUEDIERAS VIVIR COMO SIEMPRE HUBIERAS SOÑADO, ¿QUÉ HARÍAS HOY?
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